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Prólogo

Pablo Vitalich

Eva me invitó a que escribiera un prólogo para esta nueva revista porque entendía que yo había hecho cierto esfuerzo -había insistido- para que escribiéramos más en y sobre PRISMA. Me puso contento porque lo viví como un reconocimiento, y, al mismo tiempo, me puso a pensar sobre porqué creía que había que escribir.

La realidad, por un lado, es que quisiera poder escribir más y no me sale, porque padezco de una inhibición crónica y entonces ideaba/ideo, para intentar resolver mi inhibición, proyectos que me obligaran/obliguen a escribir con otros. Pero, más importante, presiento, entreveo, a veces sutilmente, a veces bajo la forma de un impacto desconcertante, una reverberación enigmática y atmosférica en ese lugar y he vivido obsesionado por encontrar la forma de registrarla. Lo que sea que sea, seguro nada tiene que ver con el bien o el mal, con alguna suerte de orgullo profesional y progresista -más bien todo confluye hacia el agotamiento-, ni con ideales humanistas y redentores.

PRISMA, no el proyecto, el lugar, es como una de esas colonias lejanas y perdidas en la que la cotidianeidad de los vínculos, la familiaridad de la convivialidad, acaba diluyendo las clases sociales, desarticulando los vínculos de poder, confundiendo los roles; un lugar marcado por un movimiento subterráneo, casi imperceptible, pero apasionado, erótico, desprejuiciado y tenso entre seres destinados, por los diagramas institucionales, a estar separados y enemistados. Extraño mundo de fantasía entonces, porque más allá de los mandatos institucionales, los objetivos terapéuticos, las rutinas y el tedio de la cárcel hay un montón de gente que o trabaja ahí, o está detenida ahí, y que acaba conviviendo y haciendo cosas juntas. Y en ese desierto arrasado y metálico, todos quieren algo con los demás y no se sabe muy bien qué. Entonces, hay un misterio, una intriga, que surge justo ahí, donde se pervierten los fines de la institución y donde, al mismo tiempo, se realizan, pero de un modo extraño, inasible.

Pero: no nos engañemos, no desaparecen las rejas, ni las funciones, ni las rutinas aplastantes, ni las ilusiones resocializadoras, ni la violencia, ni los poderes que unos tienen sobre otros, ni el hecho de que quienes están detenidos ahí viven en un estado de prueba agobiante y constante. Todo eso está ahí. Solo que conviven entrelazadas ambas tendencias; pulsan, laten, se refuerzan e intensifican las líneas duras de las disciplinas y por el otro, simultáneamente, se distienden y borran los contornos, y los perfiles. En el medio, hay éxitos, fracasos, repeticiones obstinadas, qué se yo, no es importante. Como fuera, esta coexistencia entre los peores prejuicios y un desprejuicio absoluto y casi inconsciente que se produce por el solo hecho de estar ahí conviviendo, es parte de lo que yo quería registrar. Supongo que esa marea de tensiones y distensiones es el escenario ideal, el laboratorio, del cual tienen que surgir -no sin mucho trabajo- escrituras que fueran como chispazos de esas batallas con el poder que nos atraviesa, con más o menos saña, a todos.

Quería/quiero que haya medios para los personajes que pueblan -me incluiría, pero ahora no estoy trabajando ahí- ese hábitat; escrituras que muestren el enchastre psico-afectivo que se produce alrededor de la problemática que realmente nos mantiene juntos: las infinitas micro cárceles que nos pueblan mentalmente, que configuran nuestras relaciones, y que explican el aburrimiento, la soledad, la impotencia, la invisibilidad a la que parecemos condenados por el poder. Esto es lo que entendía que teníamos que hacer juntos, ahí, en el corazón del encierro y esa comunidad, una fiesta. Confiaba/confío que en esa plasticola afectiva que se produce a propósito de los dilemas del encierro que padecemos podía haber algo interesante. No sé qué, pistas, posibilidades, horizontes, pero ahí mismo, no más allá.

No me parecía que escribir fuera importante porque creyera que es importante que la gente se exprese, y accedamos a su humanidad… una humanidad necesariamente sentimental, conservadora y melodramática. Es cierto que siempre pensé que en un universo institucional donde todos hablan de las personas privadas de la libertad: los criminólogos, los juristas, los medios, los médicos, los tratantes, y qué se yo quiénes más, está buenísimo que ellos puedan hablar por sí mismos. Y por eso me resulta comprensible, no me me extraña, que lo primero que surge es un discurso marcado por la urgencia de decirle algo a esos poderes: que en realidad son buenos, que necesitan cosas, que los entiendan, que van a cambiar. Bueno, no todos. Algunos. Otros nos muestran el atletismo espiritual a través del cual viven lo que viven. La realidad es que hay muchos modos de existir y vivir en la cárcel, y no todos son igual de sufridos. (Gran lección para los amantes de las banderas heroicas y rimbombantes). Lo cual no significa ninguna relatividad de mi parte en relación a qué pienso de la cárcel. Pero es un paisaje que ya está ahí y en el cual hay mucho para hacer si uno solo deja de pensar en lo que quiere que pase.

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